miércoles, 13 de diciembre de 2017

Plaza Mayor de Salamanca




Salamanca se halla situada a orillas del río Tormes, sobre tres colinas que confieren al centro urbano una estructura escalonada que culmina en la catedral. Este sector se encuentra centrado en la Plaza Mayor y presenta diversidad de formas y callejas irregulares.
El núcleo primitivo de la ciudad se elevaba sobre una loma que existía entre los arroyos de los Milagros y de San Pablo.
En lo más alto de la loma existía un alcázar dominando el puente romano por el que penetraba la Calzada de la Plata, principal eje viario que atravesaba toda la ciudad de norte a sur.

La muralla rodeaba este primitivo núcleo urbano y a su derecha, a espaldas de la iglesia mayor Santa María de la Sede, se abría una plaza, hasta el momento la más importante de la ciudad. En ella se hallaba instalado el mercado estable y por eso recibía el nombre de Zoco o Azogue viejo.

Pero dicho lugar iba a quedar pronto descentralizado ante el incipiente crecimiento de la ciudad, y debido a esto hubo que buscar un nuevo centro geográfico donde instalar, de nuevo, el mercado. Aquel centro surgió en la encrucijada de los caminos que llevaban tanto hacia Zamora como a Béjar en donde ya existía una plaza o corral a espaldas de la importante parroquia de San Martín, plaza que pronto asumió el puesto de mercado.

En esta denominada Plaza de San Martín se daban una serie de circunstancias que hacían fácil su acceso como el hecho de que era un punto equidistante de todas las puertas de la muralla y en el confluían prácticamente todas las calles de la ciudad. Por tanto esta Plaza de San Martín fue el origen de la actual Plaza Mayor de Salamanca. En ella se instaló el mercado estable, con toda clase de mercaderías.



Pero este proceso de traslado del mercado y eventos sociales por parte de los comerciantes y habitantes de la ciudad fue lento y duró prácticamente toda la Edad Media. Sin embargo el Concejo fue más rápido ya que debió trasladar su lugar de encuentro de la Puerta del Sol a la Plaza de San Martín muy tempranamente aunque la Casa Consistorial no se levantó, por orden de los Reyes Católicos, hasta 1.485.

El hecho de que los eventos sociales como festejos y espectáculos públicos se celebraran en esta plaza influyeron de manera decisiva en la creación de una Plaza Mayor; lo cual hacía necesario crear un espacio digno de los festejos y acontecimientos y multiplicar el número de claros y balcones done albergar el creciente número de espectadores.
El 10 de mayo de 1.729 comenzaban las obras de acondicionamiento de la nueva Plaza Mayor de la ciudad de Salamanca, según una cédula de Felipe V en la que concedía el permiso para comenzar las obras.

El Consejo de Castilla había mandado órdenes muy precisas sobre saneamiento, empedrado y rectificación de las calles y plazas de la ciudad salmantina, adelantándose en más de medio siglo a la política reformista que llevaría a cabo Carlos III, aunque el promotor fundamental de la creación de esta nueva plaza fue el corregidor Rodrigo Caballero y Llanes, hombre dinámico y con una mentalidad racionalista e ilustrada, que se interesó no sólo por los problemas de fortificación militar sino también por el urbanismo de esta población.

A pesar de que el rey Felipe V había concedido el permiso para la construcción de una nueva plaza, el elevado coste que iba a suponer su construcción no hacía posible que la corona se hiciera cargo de la obra, luego la iniciativa de su construcción no se debe al monarca sino al Ayuntamiento de la ciudad, que sufragó la parte económica.
Rodrigo Caballero ordenó al arquitecto Alberto de Churriguera, maestro mayor de la catedral, alzar la nueva plaza. Se tomaron como modelos célebres de ordenamiento urbano en España La Plaza Mayor de Madrid, la del Ochavo en Valladolid y la de Cuadrado o Corredera de Córdoba; conocidos los orígenes medievales de la plaza mayor española, en la que se entrecruzaban influencias musulmanas y francesas y que pasaron a ser meros lugares en donde se celebraban mercados para convertirse en foros de reunión  y de celebración de espectáculos.



La plaza mayor se convirtió en la confluencia de los principales ejes viarios y necesitó de la existencia de soportales abiertos en la planta baja de sus casas para albergar los puestos de mercado y de multiplicidad de pisos y balcones para acoger al mayor número de espectadores. Pero fue la  Plaza Mayor de Madrid la que sirvió de arquetipo principal a la de Salamanca, tanto por su antigüedad como por su belleza.
Además no hay que olvidar que el arquitecto encargado de las obras era madrileño y, por tanto, conocía la plaza de su ciudad natal. Aunque por lo tardío de sus obras como por una serie de características es la plaza de Córdoba la que más se asemeja a la de Salamanca.

Aunque el maestro Churriguera había firmado los planos de esta nueva plaza en 1.728, no obtuvo el nombramiento de maestro Mayor hasta un año más tarde. A él se debe la finalización de las obras de la catedral nueva de la ciudad salmantina y se esforzó en proyectar la Plaza Mayor con la mayor regularidad, así pues, trató de que su planta se acercara a un cuadrado perfecto pero no lo logró, ya que por  uno de sus lados se encontraba la iglesia de San Martín y por otro las casas del mayorazgo, intocables, por aquel entonces, según la legislación.

Los planos de la planta general de la plaza, firmados en 1.741, son los primeros que se conservan en el archivo del Ayuntamiento de Madrid y son obra de Manuel de Larra Churriguera, que sigue la idea inicial de su tío Alberto de Churriguera. Éste que había nacido en Madrid en 1.676, contaba cincuenta y tres años cuando se hizo cargo de la construcción de la nueva plaza. Intentó que en el lado norte de la misma las casas se alinearan de forma regular y colocó en el centro la nueva y amplia Casa Consistorial y además, redactó once condiciones, que aún se conservan, sobre las cuales se habrían de  edificar los dos primeros pabellones de la plaza. En ellas se describen las líneas fundamentales de la construcción en lo concerniente a cimientos, sótanos, bodegas, paredes maestras y fachadas. 
Los pórticos y fachadas que miraban al recinto de la plaza debían hacerse, en sus cuatro primeras hiladas, con piedra de La Pinilla y de allí en adelante con piedra franca de Villamayor, incluidos los arcos, las ventanas, moldutras, bustos y estatuas. Los balcones corridos habrían de ser de hierro labrado; la techumbres de los soportales se formarían con vigas de pino de Navarredonda, alternando con bovedillas.



Las paredes maestras de las casas serían de mampostería tosca y los tabiques interiores de ladrillo, mientras que los forjados serían de yeso. La ejecución de la primera fase, que dirigió personalmente Alberto de Churriguera se cumplió con absoluta fidelidad al proyecto original del arquitecto.

Al poco tiempo de comenzar las obras, un joven arquitecto, el gallego Andrés García de Quiñones mandó un memorial al entonces alcalde de la ciudad proponiendo ser él quien se hiciera cargo del frontis del Pabellón Real; siendo su dibujo del proyecto mucho más aparatoso y recargado que el que había creado el maestro mayor de las obras que quiso un espacio con la clara misión de servir a la ciudad  y a sus necesidades mercantiles, festivas y de tráfico, así como asentar la sede del Concejo. Por esto en su proyecto inicial apenas hay referencias a la corona; en cambio lo que si adquiere una gran importancia es la Casa Consistorial cuyo edificio preside la plaza.



Fue la ciudad quien costeó por entero la construcción de su Plaza Mayor, ya que el solar pertenecía a la misma por lo que solo permitió construir a los particulares que tenían derechos adquiridos anteriores al comienzo de las obras. Por tanto no es de extrañar que el edificio del Ayuntamiento destaque, arquitectónicamente por encima de los que se construyeron en torno a la plaza. Pero por deferencia con la corona, cuyo respeto y veneración estaban, por entonces, muy arraigados en los sentimientos del pueblo, se admitió que las armas reales presidieran un lugar destacado en uno de los pabellones, junto con la imagen de San Fernando, patrono de la monarquía española.

La plaza pues, acoge las efigies de los reyes que aparecen en los medallones de los lienzos y por esta razón éstos recibieron el nombre de Pabellón Real. Abarcan de izquierda a derecha la serie completa de los monarcas castellanos, desde Alfonso XI hasta Frenando VI, y el retrato de Felipe V que se repite  ya que éste gobernó dos veces: la primera antes de abdicar en su hijo Luis I y la segunda después de la muerte prematura de éste. Este conjunto de medallones se concibió más que como un ensalzamiento de los reyes como una evocación de la historia de España.

Una vez finalizada la construcción del Pabellón Real comenzó el de San Martín, donde se realizaron medallones en memoria de algunos héroes de nuestra historia como guerreros, capitanes, descubridores o conquistadores.


El escultor Alejandro Carnicero fue el encargado de esculpir las efigies de los reyes en los medallones del Pabellón Real. Estos iban policromados y dorados de los que todavía se conservan claros vestigios. Parece ser que este mismo escultor fue quien realizó la serie de medallones del Pabellón de San Martín, aunque no hay documentación al respecto que lo acredite. 
En relación con los materiales empleados en la primera fase de la obra no fueron excesivamente costosos, ni siquiera para el revestimiento del Salón Consistorial del Ayuntamiento.
Sólo hay constancia de que en 1.752 se adquirieron seis piezas de mármol para tallar en ellas los escudos de las casas reales y de la ciudad con destino a la fachada de la Casa Consistorial. En este primer período de construcción que va desde 1.929 hasta 1.733, fue el Ayuntamiento de la ciudad quien se hizo cargo del coste en su totalidad, siendo en este año 1.733 cuando  el Concejo decidió la creación de un nuevo edificio para su ubicación, ya que el viejo no estaba en consonancia con la belleza de los dos lienzos ya construidos en esta plaza. Para conseguir este fin se ordenó a los propietarios de las casas particulares que levantasen las nuevas fachadas en consonancia con las ya existentes, cediendo, si fuera necesario parte de su propiedad para hacer la construcción el línea recta y, en caso de no disponer de medios para hacerlo, vendieran sus viviendas a la ciudad.

Ante esta complicada situación, la Cámara de Castilla respondió que no permitiría la licencia para continuar con la nueva obra hasta que se consiguiese el consentimiento de todos los propietarios interesados en la construcción de las casas situadas en las aceras que faltaban. Por tanto y en espera de que aquellos mostraran su conformidad, las obras quedaron interrumpidas desde 1.733 hasta 1.750. Por entonces el Ayuntamiento no se hacía cargo de la totalidad de los gastos sino que se limitaría a intervenir sólo en los casos en que los propietarios particulares no pudieran o no quisieran levantar sus fachadas según el proyecto inicial del maestro de obra aprobado por el Consejo de Castilla.



Para esta fase de la obra se nombró al arquitecto gallego Andrés García de Quiñones maestro mayor por ser su proyecto preferido al de Manuel de Larra Churriguera, finalizándose la obra en 1.756.

La Casa consistorial, retocada varias veces, se proyectó en 1.745 en el lado norte de la plaza. El edificio es un palacio barroco que destaca sobre la horizontalidad de la plaza y rompe su uniformidad, al mismo tiempo que  centra la atención en el lado permanentemente soleado. Tiene pórtico inferior, balcón presidencial en la segunda planta, fuerte molduración de las impostas a modo de cornisa y tercera planta, que como la segunda abre las ventanas bajo frontones. En 1.752 se alzó la espadaña ocupando del centro de la balaustrada, siguiendo las líneas maestras de la originaria proyectada por García de Quiñones, y en los huecos se colocaron tres campanas fundidas obra de  Salvador Raurel.


A sus pies se instaló la esfera de un reloj. Que más tarde sería ocupada por el reloj de la iglesia de San Martín.
Junto a la espadaña se alzaron cuatro esculturas en representación de la Agricultura, el Comercio, la Industria y la Astronomía, que fueron esculpidas por el profesor de dibujo de la Escuela de Bellas Artes de San Eloy, Isidoro Celaya.
La espadaña del Pabellón Consistorial, realizada por el arquitecto salmantino Tomás Cafranga, fue el último remate en 1.852. Casi cien años tras su cierre como Plaza. Se pueden ver sobre ella cuatro figuras alegóricas de las virtudes cardinales (que no se han de confundir con la representación de la Agricultura, Industria, Comercio y Astronomía que aparecen a un nivel inferior).

La plaza cuenta con ochenta y ocho pórticos de medio punto  sobre fuertes pilares, con medallones tallados en piedra franca, que parecen estar pintados de mármol blanco.
A partir de 1.967 se puso en marcha de nuevo el proyecto municipal de ir rellenando algunos de estos medallones que permanecían vacíos, prevaleciendo  el criterio de encargarlos a diferentes artistas salmantinos. Éstos serían dedicados a aquellos personajes ilustres vinculados a la ciudad de Salamanca, bien por nacimiento, bien por presencia en ella, o por la repercusión de la ciudad en la obra literaria del personaje en cuestión.
El museo de la ciudad conserva los proyectos de Alberto de Churriguera para la plaza y la maqueta de Andrés García de Quiñones, en la que se presentaban dos cúpulas que no 
llegaron a realizarse pues el maestro Churriguera defendió que no había una base lo suficientemente fuerte para soportar el peso de dichas torres (dicho proyecto de éstas, se aprovechó para la fachada de la Universidad Pontificia, también conocida en la ciudad por La Clerecía).

La Plaza Mayor de Salamanca pertenece por entero a la tipología de la plaza tradicional castellana, como la de Valladolid, Madrid o Córdoba, pero a diferencia de éstas, renacentista la de Valladolid, herreriana la de Madrid y barroca la de Córdoba, el estilo de aquella corresponde al barroco tardío y algo más exuberante que el de la Plaza de la Corredera de Córdoba.

Por todo ello, la plaza salmantina ha merecido los elogios más unánimes de cuantos se han ocupado de ella, estando considerada como la más bella de España y una de las más hermosas de Europa.

La literatura española posee numerosas alusiones a la Plaza Mayor de Salamanca y de su entorno, donde se encuentran descripciones destacadas como la del escritor bilbaíno Miguel de Unamuno. La evolución de la plaza, tras su construcción, pasó por diversas épocas de transformación en su mobiliario. Se diseñaron e hicieron para su adorno jardines en su centro, farolas, quioscos. Hubo tráfico rodado que, finalmente, fue suprimido en los años setenta. En el año 1.935 fue declarada  Monumento Nacional por ser la más decorada, proporcionada y armónica de todas las de su época. Asimismo, en 1.973 fue considerada Monumento Histórico-Artístico. La plaza cumplió su 250 aniversario en los albores del siglo XXI.

Miguel de Unamuno llegó a decir de ella:
«Es un cuadrilátero. Irregular, pero asombrosamente armónico».



Placa conmemorativa en la Plaza Mayor de Salamanca ubicada debajo de la espadaña del "Pabellón Real", en la que se menciona a Rodrigo Caballero y Llanes como promotor del proyecto. Siendo la fecha de finalización de la obra la del 3 de marzo de 1733.


Una bella estampa de la plaza en una fría noche de invierno que está nevando con fuerza.


         Fachada del Consistorio. Trabajo de Nieves Rivas


martes, 5 de diciembre de 2017

Casa Lis, Salamanca

La Casa Lis, es un palacete urbano que se asienta sobre la antigua muralla de la ciudad. El proyecto lo desarrolló Joaquín de Vargas y Aguirre, natural de Jerez de la frontera, (que llegó a Salamanca para ocupar la plaza de arquitecto provincial), por encargo de Miguel de Lis. Éste último era propietario de una próspera fábrica de curtidos que había heredado de su padre y que supo adaptarse con éxito a los nuevos sistemas de producción de la última década del siglo XIX, lo que le facilitó una desahogada posición económica, de modo que en la época era uno de los cien mayores contribuyentes de la ciudad, lo que le permitió hacerse construir su palacio urbano.


Las características irregulares del solar en donde se edificaría la Casa Lis (irregular, enclavado en los restos de una muralla, y con un marcado desnivel, sobretodo en el lado sur), bien hubieran podido ser limitaciones para dicho proyecto; pero la visión del señor Lis sobre la distribución de la vivienda en torno a un patio central interior que distribuye a la perfección las estancias en los distintos niveles y el diseño de una fachada construida con hierro y vidrio, siguiendo los preceptos de la arquitectura industrial (el señor Lis viajaba por Europa por su negocio mercantil, lo que hizo que tuviera una visión moderna para diseñar el edificio).

Para salvar el gran desnivel que había por la parte sur (con unas preciosas vistas al río Tormes y al puente romano), diseñó unas escaleras de forma que pudieran albergar unas terrazas ajardinadas y una gruta cubierta de rocalla, que aligera el conjunto.
En su fachada norte, el resultado es uno de los pocos ejemplos de arquitectura industrial dedicada a uso residencial, y uno de los pocos ejemplos de arquitectura modernista que podemos encontrar en Salamanca; único por su espectacularidad y por la audacia con la que supo y fue capaz Vargas de resolver las dificultades por las condiciones del solar. Fue construida en ladrillo y piedra, en la que destaca su puerta de acceso y el movimiento orgánico de las verjas de hierro de una delicadeza "Art Nouveau". 




Su construcción debió ser rápida, pues en 1.905 se construyó la fachada norte y en 1.906 se inauguró.
La casa contaba con dependencias para invierno y para verano; las primeras en la planta baja y las segundas en la principal. Además de varias dependencias como salones, despachos, oratorio y aseos. Contaba con iluminación eléctrica y natural que entraba a través de una claraboya que cubría la escalera principal.




La casa cambió de propietarios en 1.917, cuando, el por entonces rector de la universidad, Enrique Esperabé Arteaga, se muda allí con su familia. Después fue ocupada por varios inquilinos hasta que en los años sesenta queda cerrada y sin uso, comienza así un período de decadencia y degradación que a punto estuvo de hacerla desaparecer.

En 1.981, el Ayuntamiento de Salamanca, consciente del valor del inmueble, inició un expediente de expropiación que logró salvarla de la ruina.



Actualmente el edificio es la sede del Museo Art Nouveau y Art Déco, y en sus salones y dependencias se exhibe una parte de los fondos donados por un anticuario y coleccionista llamado Manuel Ramos Andrade que, viendo como la casa había recuperado todo su esplendor y abría sus puertas, renovada, decide exponer sus colecciones únicas en España.
                    Algunas de las obras que pueden contemplarse en el museo 

                                 Una bellísima lámpara adquirida en este museo

La gran vidriera emplomada que cubre el patio central, fue realizada por el taller "Villaplana" siguiendo los diseños de Manuel Ramos Andrade; así como el resto de las vidrieras artísticas que, ya en su momento, engalanaban la casa inicialmente.



Hoy en día, se ha convertido en todo un referente y en una de las imágenes más representativas de la ciudad de Salamanca.